CRÍTICA. 16 de diciembre.
Se cumplen 23 años de la pueblada conocida como el
Santiagueñazo. Sucedió el 16 de diciembre de 1993, empezó por la mañana con
quemas de neumáticos, luego camionetas y terminaron con incendios a los tres
poderes del Estado provincial, y casas de funcionarios, entre ellos de Carlos
Arturo Juárez.
Carlos Mujica estaba tapado por la corrupción y devino la
Ley Ómnibus, normativa que subsistió por décadas. El famoso achique del Estado.
Los noventas con Carlos Saúl Menem, quien en 1984, en Las
Termas de Río Hondo, en el Congreso del PJ, Carlos Arturo Juárez –exgobernador santiagueño-
le prohibió la entrada al encuentro. El riojano se la juró, y bien jurada.
La puja de caudillos, en los noventa, hoy sobrevive. Están
en el poder, en la economía, en los medios de comunicación, en la obra pública,
en el lavado de dinero, y la lista sigue.
La omisión del Santiagueñazo en El Liberal no es un acto de
indiferencia, sino programático. Pensado para “limar” la memoria, para caer en
el olvido.
El Santiagueñazo fue fruto de meses sin pagar a la
administración pública, pero también hubo agitación política que circuló por
las calles.
Al margen de la agitación, el pueblo intentó ponerse de pie;
sin embargo, los medios en vez de reforzar la memoria, construyen estrategias
de dominación selectiva y sistemática.
Un camino de esperanza: el buen uso de la memoria sirve para
hacer resistencia a la dominación política y mediática.
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