Pescador de hombres.
El evangelio del fin de semana, sobre la pesca milagrosa,
propuesto por san Lucas en el capítulo 5. 1-11, tiene una conexión con el Pedro
en el mar de Tiberíades, en Jn. 21. Aquí dos frases importantes: en Genesaret,
“Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. Y con Jesús glorificado: “Señor,
tú lo sabes todo, sabes que te quiero”.
La pesca es improductiva sin el Señor, pero con su consejo, aparece el milagro. Cuánto cuesta escuchar a Jesús y aceptar su mandato: “Navega mar adentro”, y “echen las redes”.
Navega mar adentro (Duc in altum), esta frase fue siempre un
mandato para la Iglesia, para salir de la comodidad y aceptar el desafío de
evangelizar, incluso a los mismos bautizados. Es un texto para discernir la
vocación sacerdotal, en mundo que ve improductivo servir en el altar.
La función del sacerdote está orientada para administrar los
sacramentos, pero también para salvar almas, para pescar a los hombres.
Evangelizar con Jesús, él es el Señor. En la barca de la vida
no siempre está el Maestro. La falta de arrepentimiento provoca el alejamiento
del milagro, porque no se quiere escuchar la voz del Pastor, en cualquiera de
sus manifestaciones: ordinarias o extraordinarias.
Los cristianos tienen algo de Pedro, el temor ante el
milagro, que rompe los esquemas humanos, que cambia los hechos. El primer
apóstol niega a Jesús, tres veces antes de la crucifixión, el dolor de correr
la misma suerte, la muerte.
Pedro se ciñe la túnica y se lanza al mar, porque en la
orilla espera Jesús resucitado. La confianza, el perdón y la misión encomendada
por el Maestro: “Apacienta mis ovejas” (Jn. 21.17); “Serás pescador de hombres”
(Lc. 5.10)
Navegar mar adentro implica dos dimensiones. La interior,
pedir la gracia de la conversión permanente. Beber el agua viva del Amor. La
exterior, subirse a la barca con el Señor, ser dócil y actuar según el
Espíritu.
La cuaresma invita a la meditación, abrir el corazón, a
navegar con el Señor para pescar el alma propia y otras almas.
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